Por Sergio Millares Cantero (Historiador especializado en la II República y el franquismo en Canarias) |
El 5 de abril de 1937 un grupo de mujeres del municipio de Agaete acude a la comisaría de la calle Luis Antúnez de la capital grancanaria a visitar a sus allegados y llevarles ropa. Todavía estaban vivos. Cinco procedían del mismo pueblo de Agaete, pero los 22 restantes eran originarios de un pequeño pago del valle, la Vecindad de Enfrente. Todos ellos habían sido detenidos la noche anterior por falangistas de Arucas y Agaete y por policías de Las Palmas, llegados expresamente para tal menester. Según sus testimonios, los apresados estaban en pésimas condiciones físicas, pues habían sido salvajemente torturados, primero en la misma localidad de San Pedro, tal y como atestiguan algunos vecinos que oyeron los gritos y lamentos, y luego en la propia comisaría.
Los hombres estaban sumamente abatidos y se temían lo peor; las mujeres estaban esperanzadas y trataban de animarles. Cuando al día siguiente éstas volvieron a la comisaría, los policías les dijeron que ya habían sido puestos en libertad. Alborozadas, creyeron que los suyos estaban de vuelta a casa, pero poco les duró la alegría. Los buscaron por todos los rincones de la isla, pero nunca más se supo de ellos. La imagen de las mujeres del valle –madres, hermanas y esposas– vestidas de riguroso luto y tocando a las puertas de la gente influyente para recabar noticias, se haría habitual en los parajes grancanarios. En todo ese hermoso barranco reinaría un silencio sepulcral de miedo y terror por muchos años. Sería bautizado por la voz popular como el “valle de las viudas”.
Los 27
El destino de los 27 de Agaete, al igual que el de los 13 de Gáldar, desaparecidos cuatro días antes, o los cerca de 70 de Arucas, desaparecidos a partir del 18 de marzo anterior, no fue difícil de establecer. Muchos fueron arrojados a los pozos del norte de la isla, aunque se cree que los de Agaete fueron arrojados a la tristemente célebre sima de Jinámar, un tubo volcánico de cerca de 100 metros de profundidad. Los huesos humanos aparecidos allí son las pruebas tangibles de estos execrables crímenes.
No es difícil explicar esta fase represiva que se produce en un breve periodo de quince días, entre mediados de marzo y principios de abril de 1937. Desde el 18 de julio de 1936, la isla de Gran Canaria había caído en manos de los rebeldes y desde el primer momento se puso en marcha una eficaz maquinaria represiva que engulló a los líderes y cuadros políticos y sindicales adscritos al Frente Popular, unos serían asesinados y otros estarían en los campos de concentración por muchos años. Y, después de ocho meses, cuando parecía que lo peor había pasado, negros nubarrones se cernieron de nuevo sobre la isla. Más de 100 personas del norte de la isla (Arucas, Gáldar y Agaete) fueron asesinadas en esta fase.
"Razones" de la barbarie
¿Qué es lo que motivó esta fase represiva? Es indudable que, para responder a esta pregunta, hay que hacer un análisis multifactorial y establecer una jerarquía entre ellos, tarea que excede los objetivos de este breve artículo, pero podríamos esbozar algunas de las razones. Entre ellas está, de manera destacada, la de sembrar el miedo en la retaguardia para desmotivar una posible resistencia de los elementos que aún no habían sido neutralizados, aunque más que un temor con base real hay que contemplar esta explicación como el miedo de los propios rebeldes en un contexto de reflujo de su ofensiva en la Península y ante la perspectiva de una guerra prolongada.
¿Qué peligro podían suponer unos humildes jornaleros, en muchos casos analfabetos, cuyo único crimen había sido el de afiliarse a sociedades obreras con anterioridad al 18 de julio? Es evidente que ninguno y creo que los propios asesinos jamás pensarían en semejante supuesto. Había algo más que indica una acción planificada, ejemplarizante y, esto es lo más inquietante si cabe. Estoy convencido de que las órdenes partieron del mando militar supremo. ¿Venganzas personales? ¿Acciones de pequeños grupos de incontrolados? Todos los que hemos estudiado este periodo en la historia de Canarias sabemos que nada se movía en las islas sin el previo conocimiento de estas omnímodas autoridades. El objetivo era sembrar el miedo y la identidad de las víctimas era lo de menos, lo que valía era el efecto que sobre la población tendría sembrar un terror ciego. A cualquiera podía tocarle y eso paralizaba las conciencias, sumía a la población en un aletargamiento paralizante. La retaguardia del frente de guerra estaba garantizada por mucho tiempo.
Los mártires de Agaete, igual que los de Arucas y Gáldar, fueron víctimas de este terror planificado.
Esperemos que algún día se restablezca su memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario