Entre el hacinamiento y las enfermedades
A partir de mediados de febrero de 1937, los aproximadamente 1.100 presos del Campo de Concentración de La Isleta son trasladados al Lazareto de Gando. El Cabildo de Gran Canaria, propietario del Lazareto, y el Ejército habían llegado a principios de ese mismo mes a un acuerdo de cesión.
Con toda probabilidad las razones del cambio de ubicación tuvieron que ver con la excesiva cercanía a un barrio obrero, con que las actividades y movimientos de presos del campo estaban a la vista de los vecinos y que en diciembre de 1936 había habido un intento fracasado de asaltar el campo y liberar a los prisioneros Todo esto hizo ver a los militares golpistas el evidente peligro de tener un campo de concentración tan cerca de la ciudad. Los militares deciden llevarse a los prisioneros a una zona más alejada y segura, donde el acceso y la visión del campo no fuera tan fácil.
Los presos fueron trasladados en camiones desde La Isleta y, a través de la calle Juan Rejón, al muelle, en medio de grandes medidas de seguridad. Según nos cuenta Juan Rodríguez Doreste:
“Alrededor del campo se apostaron cientos de soldados y de falangistas armados, las camionetas que nos transportaban de La Isleta al Muelle iban escoltadas delante y detrás por coches desde los que nos enfilaban docenas de fusiles, el trayecto estaba cubierto a un lado y otro de soldados y milicianos, que acordonaron el amplio sector portuario prohibiendo toda circulación de personas y vehículos hasta que hubo pasado el último camión”.
Una vez en el muelle son embarcados en las bodegas del correíllo ‘Viera y Clavijo’ (otras fuentes hablan del ‘León y Castillo’) y llevados en una larga travesía que duró unas seis o siete horas hasta la bahía de Gando. La travesía se convirtió en una nueva tortura para los presos amontonados y mareados. A ello se unían la incertidumbre y el miedo por lo dilatado del traslado. El propio Rodríguez abunda en ello:
“Nos amontonaron, peor que sardinas en lata, en las bodegas y en las carboneras del correíllo (…). Íbamos todos de pie, agavillados como el heno, rostros contra rostros. Nos hicimos a la mar y comenzaron las fatigas (…). El calor de nuestra transpirante humanidad, unido a la escasa o nula ventilación, convirtió pronto aquellas mazmorras en un horno (…). El mareo también empezó a añadir sus estragos”.
En la bahía de Gando son desembarcados por diferentes chalupas y ubicados en el Lazareto, que estaba totalmente abandonado. Los presos desde el primer momento tuvieron que aprestarse a la restauración y adecuación de los terrenos y de los diferentes pabellones que los albergarían. Uno de los primeros trabajos, como recuerda uno de los presos más jóvenes, Domingo Valencia (condenado por los sucesos de San Lorenzo con apenas 16 años), fue sacar la arena que se encontraba entre los dos muros del Lazareto. Los cabos de vara golpeaban repetidamente a los presos en esta dura tarea, según recuerda el propio Domingo Valencia.
Los prisioneros ocuparon los cuatro pabellones designados como A, B, C y D y otro edificio alargado que fue utilizado como taller. En el patio central destacaba un enorme poste donde se colocó un gran foco para el alumbrado. El poste servía también como lugar de castigo a los presos: permanecían durante horas en él sin poder apoyarse, lo cual, dada la inclinación del terreno, era bastante duro por el esfuerzo que había que hacer para mantenerse erguido.
A pesar de todo, las condiciones del Lazareto fueron algo mejores que las del Campo de La Isleta. Se habilitaron duchas colectivas y los penados tuvieron la posibilidad de bañarse. El trato no fue tan duro y las condiciones sanitarias mejoraron un poco. Aunque el hacinamiento, la pésima alimentación, las enfermedades y los parásitos seguían estando a la orden del día. En un informe que emite la Jefatura Provincial de Sanidad en diciembre de 1939 se habla de las pésimas condiciones de hacinamiento y de los peligros de contagios, de comida insuficiente, de la inexistencia de de enfermería en condiciones…
A mediados de marzo del 37, al poco tiempo del traslado desde La Isleta, se declara una grave epidemia de fiebres tifoideas, probablemente como consecuencia del mal estado del agua, a resultas de lo cual hubo de evacuar a algunos penados (unos 34) al Hospital de San Martín y se dio algún fallecimiento. Se tuvieron que vacunar a todos los presos y algunos tuvieron que procurarse la vacuna por parte de familiares.
Los reclusos tendieron a agruparse por oficios: pintores, carpinteros, abogados, maestros… o por islas de procedencia, los palmeros estaban en al pabellón C. Los penados que tenían conocimientos se dedicaban a enseñar a los que no sabían leer y escribir, que eran muchos, puesto que la mayoría de los penados eran trabajadores sin conocimientos básicos ningunos. Domingo Valencia recuerda que “(…) era analfabeto y nos enseñaron los mismos compañeros que eran maestros a leer y escribir y nos corregían a la hora de hablar”.
Durante la existencia del campo del Lazareto el número de internos varió, entre detenidos gubernativos y penados con condenas en firme. El campo se abrió con unos 1.100 presos procedentes de La Isleta. Según los libros del campo, el número mayor de presos se alcanzó a finales de febrero de 1937 con 1.248. Posteriormente se reduce a unos 720 a finales de agosto del mismo año. Un año antes de su cierre en noviembre de 1939 el número de presos eran 1.090, según un informe de la Jefatura Provincial de Sanidad. El 14 de octubre de 1940 dejan Gando en torno a 1.000 penados.
La existencia del campo era un problema para el desarrollo aeroportuario de Gando, de tal forma que el presidente del Cabildo extiende una petición de traslado del campo a otros terrenos. En el mes de abril de 1940 se ordena por parte del Ministerio de Justicia desalojar Gando y buscar una nueva ubicación para el campo. Será, finalmente en Las Torres, en el barrio de Guanarteme, donde se encuentre unos terrenos para trasladar a los presos. El traslado tendrá lugar el 14 de octubre de 1940.
Con toda probabilidad las razones del cambio de ubicación tuvieron que ver con la excesiva cercanía a un barrio obrero, con que las actividades y movimientos de presos del campo estaban a la vista de los vecinos y que en diciembre de 1936 había habido un intento fracasado de asaltar el campo y liberar a los prisioneros Todo esto hizo ver a los militares golpistas el evidente peligro de tener un campo de concentración tan cerca de la ciudad. Los militares deciden llevarse a los prisioneros a una zona más alejada y segura, donde el acceso y la visión del campo no fuera tan fácil.
Los presos fueron trasladados en camiones desde La Isleta y, a través de la calle Juan Rejón, al muelle, en medio de grandes medidas de seguridad. Según nos cuenta Juan Rodríguez Doreste:
“Alrededor del campo se apostaron cientos de soldados y de falangistas armados, las camionetas que nos transportaban de La Isleta al Muelle iban escoltadas delante y detrás por coches desde los que nos enfilaban docenas de fusiles, el trayecto estaba cubierto a un lado y otro de soldados y milicianos, que acordonaron el amplio sector portuario prohibiendo toda circulación de personas y vehículos hasta que hubo pasado el último camión”.
Una vez en el muelle son embarcados en las bodegas del correíllo ‘Viera y Clavijo’ (otras fuentes hablan del ‘León y Castillo’) y llevados en una larga travesía que duró unas seis o siete horas hasta la bahía de Gando. La travesía se convirtió en una nueva tortura para los presos amontonados y mareados. A ello se unían la incertidumbre y el miedo por lo dilatado del traslado. El propio Rodríguez abunda en ello:
“Nos amontonaron, peor que sardinas en lata, en las bodegas y en las carboneras del correíllo (…). Íbamos todos de pie, agavillados como el heno, rostros contra rostros. Nos hicimos a la mar y comenzaron las fatigas (…). El calor de nuestra transpirante humanidad, unido a la escasa o nula ventilación, convirtió pronto aquellas mazmorras en un horno (…). El mareo también empezó a añadir sus estragos”.
En la bahía de Gando son desembarcados por diferentes chalupas y ubicados en el Lazareto, que estaba totalmente abandonado. Los presos desde el primer momento tuvieron que aprestarse a la restauración y adecuación de los terrenos y de los diferentes pabellones que los albergarían. Uno de los primeros trabajos, como recuerda uno de los presos más jóvenes, Domingo Valencia (condenado por los sucesos de San Lorenzo con apenas 16 años), fue sacar la arena que se encontraba entre los dos muros del Lazareto. Los cabos de vara golpeaban repetidamente a los presos en esta dura tarea, según recuerda el propio Domingo Valencia.
Los prisioneros ocuparon los cuatro pabellones designados como A, B, C y D y otro edificio alargado que fue utilizado como taller. En el patio central destacaba un enorme poste donde se colocó un gran foco para el alumbrado. El poste servía también como lugar de castigo a los presos: permanecían durante horas en él sin poder apoyarse, lo cual, dada la inclinación del terreno, era bastante duro por el esfuerzo que había que hacer para mantenerse erguido.
A pesar de todo, las condiciones del Lazareto fueron algo mejores que las del Campo de La Isleta. Se habilitaron duchas colectivas y los penados tuvieron la posibilidad de bañarse. El trato no fue tan duro y las condiciones sanitarias mejoraron un poco. Aunque el hacinamiento, la pésima alimentación, las enfermedades y los parásitos seguían estando a la orden del día. En un informe que emite la Jefatura Provincial de Sanidad en diciembre de 1939 se habla de las pésimas condiciones de hacinamiento y de los peligros de contagios, de comida insuficiente, de la inexistencia de de enfermería en condiciones…
A mediados de marzo del 37, al poco tiempo del traslado desde La Isleta, se declara una grave epidemia de fiebres tifoideas, probablemente como consecuencia del mal estado del agua, a resultas de lo cual hubo de evacuar a algunos penados (unos 34) al Hospital de San Martín y se dio algún fallecimiento. Se tuvieron que vacunar a todos los presos y algunos tuvieron que procurarse la vacuna por parte de familiares.
Los reclusos tendieron a agruparse por oficios: pintores, carpinteros, abogados, maestros… o por islas de procedencia, los palmeros estaban en al pabellón C. Los penados que tenían conocimientos se dedicaban a enseñar a los que no sabían leer y escribir, que eran muchos, puesto que la mayoría de los penados eran trabajadores sin conocimientos básicos ningunos. Domingo Valencia recuerda que “(…) era analfabeto y nos enseñaron los mismos compañeros que eran maestros a leer y escribir y nos corregían a la hora de hablar”.
Durante la existencia del campo del Lazareto el número de internos varió, entre detenidos gubernativos y penados con condenas en firme. El campo se abrió con unos 1.100 presos procedentes de La Isleta. Según los libros del campo, el número mayor de presos se alcanzó a finales de febrero de 1937 con 1.248. Posteriormente se reduce a unos 720 a finales de agosto del mismo año. Un año antes de su cierre en noviembre de 1939 el número de presos eran 1.090, según un informe de la Jefatura Provincial de Sanidad. El 14 de octubre de 1940 dejan Gando en torno a 1.000 penados.
La existencia del campo era un problema para el desarrollo aeroportuario de Gando, de tal forma que el presidente del Cabildo extiende una petición de traslado del campo a otros terrenos. En el mes de abril de 1940 se ordena por parte del Ministerio de Justicia desalojar Gando y buscar una nueva ubicación para el campo. Será, finalmente en Las Torres, en el barrio de Guanarteme, donde se encuentre unos terrenos para trasladar a los presos. El traslado tendrá lugar el 14 de octubre de 1940.
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