Clemente Bernad presenta en Madrid su documental ‘Morir de sueños’, un relato alrededor de las fosas comunes del franquismo.
La madre de un falangista paseando por el pueblo con el abrigo que éste le ha robado a la víctima que acaba de fusilar es la imagen que evoca uno de los testimonios del documental ‘Morir de sueños’, del fotógrafo Clemente Bernad, presentado ayer por la tarde en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
El último trabajo del cineasta documentalista aborda algunas de las miles de historias que surgen a raíz de la apertura de las fosas comunes del franquismo, y lo hace sirviéndose de los testimonios de familiares de desaparecidos y de la labor técnica de forenses y arqueólogos en estos enterramientos. A través de la luz y el color, Bernad narra el presente y el esfuerzo colectivo por romper los muros de silencio. La oscuridad y el blanco y negro llenan la pantalla cuando surgen las imágenes de la simbología franquista con las que el fotógrafo contrapone la realidad que vivieron los vencidos tras la Guerra Civil.
“Quería contar lo que sucede alrededor de las fosas y hacer un relato visual para romper los silencios”, confiesa el autor del proyecto ‘Donde habita el recuerdo’, un trabajo que incluye, además del documental, el libro ‘Desvelados’ (Alkibla), de fotografías tomadas a pie de fosa. Las denominaciones de esta iniciativa vienen cargadas del simbolismo con el que hoy en día se trata de atajar el desconocimiento sobre el pasado reciente: se desvela quien no puede dormir, a quien la conciencia le pesa porque algún problema no se ha resuelto, como el de las miles de muertes de civiles en retaguardia desde 1936, hombres y mujeres con quienes se enterró “el último gran sueño del pensamiento crítico”, señaló ayer el poeta Juan Carlos Mestre, que acompañó a Bernard en el coloquio de presentación de su trabajo y para quien “desenterrar los cuerpos” significa también “desenterrar ideas”.
Junto a Mestre, que es una de las voces del documental, arroparon a Bernad el antropólogo del CSIC Francisco Ferrándiz y el presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Emilio Silva, en una mesa moderada por la periodista de El País Lola Huete.
Acercar al público el horror padecido por las víctimas del terror franquista es el objetivo con el que el fotógrafo se asomó a las fosas para dejar constancia de toda la información que facilitan los restos de personas allí enterradas con los cráneos agujereados por las balas. De esos datos dan cuenta los forenses en los laboratorios donde llegan los esqueletos para ser analizados. Todo ese proceso queda reflejado en un documental que tiene mucho de pedagógico y otro tanto de servicio social.
Una de las historias protagonistas es la de María Alonso, la bañezana enterrada en una fosa común en Izagre (León). Un sueño “pendiente de ser soñado”, sugirió Mestre. Por ello, la voz del poeta recorre durante el documental una ficción de lo que pudo haber sido la vida de María, esa mujer de 32 años que se dejó un pendiente en casa, “y tantas cosas pendientes”, el día que la fusilaron. “María se dio cuenta de que no llevaba las dos joyas. Subió las escaleras, llegó a su habitación y se colocó el zarcillo en el lóbulo de la oreja. Se miró al espejo, se vio preciosa, y salió a la plaza del pueblo a bailar. Eran las fiestas, y allí conocería a un muchacho del que se enamoraría”. Esa pudo ser haber sido la otra historia de María, a quien los franquistas no le perdonaron que heredara “el librepensamiento de su abuelo”, lamentó Mestre.
El proyecto, que ha sido financiado en gran medida por numerosos mecenas a través de una iniciativa de ‘crowfunding’, viene a ser un antídoto contra la “cultura del silencio, del olvido y de la educación para no saber, para no preguntar”, concretó Silva, cuyo abuelo, un tendero de Villafranca del Bierzo , fue asesinado y arrojado a una cuneta. Mestre recordó ayer que su abuelo, sastre de profesión, siguió trabajando en el traje que le había encargado un amigo pero que nunca llegaría a estrenar, pues le fusilaron en octubre de 1936. Ese amigo era Emilio Silva Faba, de quien aún se conservaban sus medidas en el taller familiar. Esta circunstancia del pasado la supieron sus nietos muchos años después, cuando sus pasos se cruzaron en el camino de la memoria y, ayer, el poeta la recuperó ante el público que acudió a la presentación del trabajo de Bernad.
La madre de un falangista paseando por el pueblo con el abrigo que éste le ha robado a la víctima que acaba de fusilar es la imagen que evoca uno de los testimonios del documental ‘Morir de sueños’, del fotógrafo Clemente Bernad, presentado ayer por la tarde en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
El último trabajo del cineasta documentalista aborda algunas de las miles de historias que surgen a raíz de la apertura de las fosas comunes del franquismo, y lo hace sirviéndose de los testimonios de familiares de desaparecidos y de la labor técnica de forenses y arqueólogos en estos enterramientos. A través de la luz y el color, Bernad narra el presente y el esfuerzo colectivo por romper los muros de silencio. La oscuridad y el blanco y negro llenan la pantalla cuando surgen las imágenes de la simbología franquista con las que el fotógrafo contrapone la realidad que vivieron los vencidos tras la Guerra Civil.
“Quería contar lo que sucede alrededor de las fosas y hacer un relato visual para romper los silencios”, confiesa el autor del proyecto ‘Donde habita el recuerdo’, un trabajo que incluye, además del documental, el libro ‘Desvelados’ (Alkibla), de fotografías tomadas a pie de fosa. Las denominaciones de esta iniciativa vienen cargadas del simbolismo con el que hoy en día se trata de atajar el desconocimiento sobre el pasado reciente: se desvela quien no puede dormir, a quien la conciencia le pesa porque algún problema no se ha resuelto, como el de las miles de muertes de civiles en retaguardia desde 1936, hombres y mujeres con quienes se enterró “el último gran sueño del pensamiento crítico”, señaló ayer el poeta Juan Carlos Mestre, que acompañó a Bernard en el coloquio de presentación de su trabajo y para quien “desenterrar los cuerpos” significa también “desenterrar ideas”.
Junto a Mestre, que es una de las voces del documental, arroparon a Bernad el antropólogo del CSIC Francisco Ferrándiz y el presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Emilio Silva, en una mesa moderada por la periodista de El País Lola Huete.
Acercar al público el horror padecido por las víctimas del terror franquista es el objetivo con el que el fotógrafo se asomó a las fosas para dejar constancia de toda la información que facilitan los restos de personas allí enterradas con los cráneos agujereados por las balas. De esos datos dan cuenta los forenses en los laboratorios donde llegan los esqueletos para ser analizados. Todo ese proceso queda reflejado en un documental que tiene mucho de pedagógico y otro tanto de servicio social.
Una de las historias protagonistas es la de María Alonso, la bañezana enterrada en una fosa común en Izagre (León). Un sueño “pendiente de ser soñado”, sugirió Mestre. Por ello, la voz del poeta recorre durante el documental una ficción de lo que pudo haber sido la vida de María, esa mujer de 32 años que se dejó un pendiente en casa, “y tantas cosas pendientes”, el día que la fusilaron. “María se dio cuenta de que no llevaba las dos joyas. Subió las escaleras, llegó a su habitación y se colocó el zarcillo en el lóbulo de la oreja. Se miró al espejo, se vio preciosa, y salió a la plaza del pueblo a bailar. Eran las fiestas, y allí conocería a un muchacho del que se enamoraría”. Esa pudo ser haber sido la otra historia de María, a quien los franquistas no le perdonaron que heredara “el librepensamiento de su abuelo”, lamentó Mestre.
El proyecto, que ha sido financiado en gran medida por numerosos mecenas a través de una iniciativa de ‘crowfunding’, viene a ser un antídoto contra la “cultura del silencio, del olvido y de la educación para no saber, para no preguntar”, concretó Silva, cuyo abuelo, un tendero de Villafranca del Bierzo , fue asesinado y arrojado a una cuneta. Mestre recordó ayer que su abuelo, sastre de profesión, siguió trabajando en el traje que le había encargado un amigo pero que nunca llegaría a estrenar, pues le fusilaron en octubre de 1936. Ese amigo era Emilio Silva Faba, de quien aún se conservaban sus medidas en el taller familiar. Esta circunstancia del pasado la supieron sus nietos muchos años después, cuando sus pasos se cruzaron en el camino de la memoria y, ayer, el poeta la recuperó ante el público que acudió a la presentación del trabajo de Bernad.
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